En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos.
Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil
(a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que
se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa.
Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó
lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica)
y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era
ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el
hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal,
en la actualidad, en la eternidad del instante.
Jorge Luiz Borges, conto "O sul"